¡Bueno, qué días más bonitos llevamos! Mucho solecito, sin ese viento helador tan incómodo, con mucho frío aún por la noche y por la mañana pero durante las horas diurnas da gusto pasear :). Y es que aunque adoro el frío, si toca salir, no hay nada como esa sensación tan agradable de la calidez de los rayos del sol. Ayer fuimos al centro para ver una película y me sobraba el abrigo, pero claro, al volver después de cenar lo hubiera echado de menos (bueno, y haberme tomado una copaza de helado justo antes a lo mejor no ayudaba a calentarme; ¡vivan los helados en invierno!).
Por si os interesa, fuimos a ver Hugo (La invención de Hugo, en España) de Scorsese. Quién hubiera dicho que el amigo Martin iba a darnos una película así hace unos años... Me alegro muchísimo de no haber leído sinopsis, ni críticas, ni haber visto el trailer ni ningún avance, porque más allá de saber que la película era familiar, con niños, y de aventuras, no tenía ni idea de por dónde me iba a salir. Y me he dejado atrapar por la magia nostálgica que envuelve el film, porque además se homenajea una época y un personaje en concreto que estudié en la carrera y que me fascina. Así que la recomiendo :).
Al darme cuenta de que ya hay fresas por todos lados, recordé que pronto la temporada de cítricos se nos va a terminar, y además de recargar bien la despensa de mandarinas y naranjas, la otra semana preparé una mermelada que hacía tiempo que quería intentar. Desde siempre en mi familia hemos sido grandes consumidores de mermelada de naranja, nos encanta incluso de la variedad más amarga, y no podía ser que aún no hubiera envasado algunos tarros con esta confitura casera. Aprovechando que tenía un paquete de azúcar especial para mermeladas traído de Suiza me puse manos a la obra y el resultado no podría ser mejor; ¡qué color tan bonito tiene! El año que viene probaré a mezclarla con otras frutas, o especias...
- 1'5 kg de naranjas (de mesa en mi caso)
- 60 ml de zumo de limón
- 500 gr de azúcar gelificante
Para esterilizar los botes, yo primero los lavo con agua caliente y jabón, enjuagándolos bien. Después los coloco en el horno, sobre una rejilla, boca abajo, lo enciendo a 200ºC y los dejo unos 15 minutos. Apagar el horno y dejarlos dentro para que se mantengan calientes hasta el momento de llenarlos. Las tapaderas es conveniente esterilizarlas mejor en un cazo con agua hirviendo, secándolas bien después.
Lavar las naranjas, frotando bien cada una, y secar. Pelar la piel, evitando posibles partes dañadas, procurando sacar sólo una capa muy fina, sin llegar a lo blanco; para esta tarea un pelaverduras es ideal. Trocear las pieles en piezas finitas y poner en una cazuela con un poco de agua, sólo hasta cubrir. Hervir durante unos 10-15 minutos y desechar el agua. Retirar la parte blanca de las naranjas, las fibras del centro, las posibles semillas y trocear los gajos; a mí me gusta dejar un poco de la parte blanca más interna para dar un toque de contraste amargo, pero se pueden pelar a lo vivo sin dejar nada más que la carne del fruto. Procurar recoger el zumo que se pierda al trocear la fruta.
Incorporarlas a la olla, añadir el zumo de limón y cubrir con el azúcar. Poner a fuego medio mientras se remueve bien para que el azúcar se disuelva y las naranjas comiencen a soltar sus jugos. Subir el fuego y llevar a ebullición; cocinar el tiempo necesario para que espese, según instrucciones del fabricante del azúcar. En caso de usar azúcar normal, mantener la cocción a fuego medio, sin dejar de hervir, durante unos 15-30 minutos, quitando la espuma que pueda soltar. Probar el punto de gelificación poniendo una cucharadita de la mezcla en un plato muy frío (basta con dejarlo un par de minutos en el congelador); debe cuajar enseguida y volverse densa.
Retirar del fuego. Llevar los botes, que deben estar calientes, hasta 0'5 cm del borde; limpiar las bocas y las roscas y cerrar bien. Poner boca abajo hasta que haga efecto vacío y guardar en un lugar seco y oscuro.