Este blog sigue cumpliendo una de las premisas con las que nacieron las bitácoras virtuales: es mi diario particular, mi cuaderno de recuerdos a los que volver cuando la vida parece haberse convertido en un extraño bucle. Y así recuerdo ahora, por ejemplo, que hace dos años también publiqué por los pelos mi tarta de cumpleaños en abril, o que el año pasado me amargué el día por, básicamente, tonterías.
Ah, qué joven e inocente era. Y qué ilusa.
Las ganas que tenía esta vez de pasar la Semana Santa y las Fiestas de Primavera en Murcia no lo sabe nadie. Mi madre se saltó una visita porque, total, nos íbamos a ver "pronto"; ya son cinco meses sin ver a la familia, y sumando. No quiero quejarme muy alto porque tampoco estamos mal, pero creo que también tenemos derecho a sentirnos tristes y añorar tiempos mejores, cada uno en sus circunstancias.
No sé muy bien cómo explicar el estado en el que me encuentro. Es muy raro. Son ya muchas semanas y lo extraordinario ha pasado a ser la rutina cotidiana. Qué rápido el ser humano se acostumbra a situaciones nuevas; nuestra capacidad de adaptación es, con sus excepciones, fascinante. En realidad siempre nos estamos adaptando a las circunstancias que nos rodean, aunque nos gusta creer que somos nosotros los que llevamos las riendas de nuestra vida. Ja.
Podemos hacer muchos planes pero al final tenemos que adaptarnos a todo lo que nos llega de fuera. Claro que, por regla general, no solemos enfrentarnos a pandemias mundiales. La nueva normalidad...
A mí ahora lo que me estresa es pensar en el futuro a medio y corto plazo, en la vida más allá de las paredes de mi casa. Sigo necesitando salir al mundo exterior y echo de menos correr, pasear, tomar el sol, ir al monte, montar en bici, salir de compras, pasear sin rumbo, descubrir rincones, quedar con amigos, coger un tren, ir al cine, ver una exposición, viajar... Pero en el fondo, no tanto. Sí echo de menos a la familia, es lo que más, pero me agobia mucho enfrentarme al mundo en estas nuevas circunstancias. La nueva normalidad... ¿qué es eso?
Me asusta el futuro como sociedad, como país, como mundo entero. Aún me aterran las cifras de mortalidad, me da mucho miedo el cataclismo económico que ya estamos viviendo, y cómo todo esto puede sacar lo peor de todos.
Acabo de borrar un párrafo en el que enumeraba todo lo que me aterra de la sociedad ahora mismo, porque prefiero centrarme en lo positivo. En cómo poco a poco nos vamos recuperando, en las muestras de solidaridad de la gente, en esa comunidad que se ha formado en tantas calles con los aplausos diarios en balcones, en los profesionales que se desloman por sacar todo esto adelante, en esos niños felices al salir a la calle por primera vez después de tanto tiempo.
Nos quedan meses, muchos meses, muy duros. Solo espero que todos sepamos ver por el bien común y dejar esa costumbre tan nuestra de mirarnos solo el ombligo. Y ojalá que realmente aprendamos algo positivo de toda esta crisis. Está claro que vivíamos encima de un castillo de naipes. Y sopla mucho viento.
Y ahora que he dejado salir pensamientos internos espontáneos a través del teclado, paso a centrarme en lo que hoy venía a compartir, una tradición de este viejo blog: mi tarta de cumpleaños. El año pasado tuve que adaptarme a las circunstancias (el horno de mis padres murió y los ingredientes disponibles para improvisar no me dejaban mucho margen), y esta vez he vuelto a estar baja de motivación. Pero no podía quedarme sin un capricho dulce, totalmente a mi gusto.
Vuelvo a echar la vista atrás y compruebo que llevo ya una buena racha de tartas muy parecidas, con el precioso molde suizo de mi abuela, una masa quebrada o tipo sablé y un relleno en el que la fruta es la gran protagonista. Me da pereza pensar en pasteles de miga abizcochada y varios pisos, y cada vez me gustan las tartas menos dulces.
Para la base se puede usar la que más os guste, como una masa quebrada o brisa normal, pero yo encuentro mucho más ricas las elaboradas con harinas integrales y combinando cereales o frutos secos. Tenía de pura casualidad mascarpone sin lactosa y fue como una iluminación divina, pero podría usarse solo queso crema, o una nata muy grasa y espesa. Si las mandarinas son realmente dulces, apenas necesitaría nada de azúcar.
Receta de tarta de queso mascarpone y mandarina con tomillo
Inspiración: receta adapta de Irina Georgescu
Ingredientes para 1 molde de unos 20-22 cm
Para la base
- 100 g de harina de centeno integral
- 100 g de harina de avena o copos molidos
- 1 cucharada de azúcar moreno
- 1 pizca de sal
- 1 pizca de ralladura de mandarina
- 100 g de mantequilla fría cortada en cubitos
- 1 huevo grande
- leche de almendra necesaria fría
Mezclar las harinas con el azúcar y la sal. Añadir la mantequilla y triturar con un robot de cocina, con una rasqueta de masa de pastelería, con un tenedor o con las manos, hasta formar una textura de migas. Incorporar la ralladura, el huevo ligeramente batido y un chorrito de leche.
Trabajar todo lo justo hasta tener una masa más o menos homogénea, maleable y blanda. Añadir más leche poco a poco si hiciera falta. Aplastar formando un disco, envolver en plástico film y llevar a la nevera. Dejar enfriar como mínimo una hora, o toda la noche.
Precalentar el horno a 180ºC y engrasar un molde de tarta rizado. Estirar la masa con un rodillo, cubrir el molde, presionando con suavidad y recortando lo que sobre. Guardar ese exceso de masa para hacer galletitas.
Pinchar con un tenedor, cubrir con papel sulfurizado, poner unos pesos de repostería o unas legumbres secas, y hornear 15 minutos. Retirar los pesos y el papel y hornear unos 10 minutos más, procurando que solo se dore ligeramente. Retirar. Bajar la temperatura a 170ºC.
Para el relleno
- 250 de mandarinas peladas
- 250 g de queso mascarpone
- 150 g de queso crema de untar
- 2 huevos
- 1 yema
- 1 sobre de azúcar vainillado + un poco de vainilla natural (yo tengo un molinillo)
- 1 cucharada de maizena
- 1/2 cucharadita de tomillo
- 1 pizca de sal
- ralladura de mandarina o naranja al gusto
Colocar todos los ingredientes en el vaso de una batidora tipo americana o minipimer, y triturar muy bien hasta tener una mezcla homogénea. Probar y añadir un poco de azúcar al gusto, si fuera necesario.
Verter en el molde, romper con una espátula las burbujas que hayan salido por arriba, y hornear hasta que haya cuajado. Comprobar el punto pinchando con un palillo en el centro, y dejar que salga ligeramente manchado, unos 40-50 minutos. Al enfriarse se solidificará más.
Servir con más ralladura de mandarina o de naranja, un poco de tomillo extra y fruta al gusto. Está más rica si se deja reposar en la nevera después de enfriarse a temperatura ambiente, pero hay que procurar no servirla muy fría.
Inspiración: receta adapta de Irina Georgescu
Ingredientes para 1 molde de unos 20-22 cm
Para la base
- 100 g de harina de centeno integral
- 100 g de harina de avena o copos molidos
- 1 cucharada de azúcar moreno
- 1 pizca de sal
- 1 pizca de ralladura de mandarina
- 100 g de mantequilla fría cortada en cubitos
- 1 huevo grande
- leche de almendra necesaria fría
Mezclar las harinas con el azúcar y la sal. Añadir la mantequilla y triturar con un robot de cocina, con una rasqueta de masa de pastelería, con un tenedor o con las manos, hasta formar una textura de migas. Incorporar la ralladura, el huevo ligeramente batido y un chorrito de leche.
Trabajar todo lo justo hasta tener una masa más o menos homogénea, maleable y blanda. Añadir más leche poco a poco si hiciera falta. Aplastar formando un disco, envolver en plástico film y llevar a la nevera. Dejar enfriar como mínimo una hora, o toda la noche.
Precalentar el horno a 180ºC y engrasar un molde de tarta rizado. Estirar la masa con un rodillo, cubrir el molde, presionando con suavidad y recortando lo que sobre. Guardar ese exceso de masa para hacer galletitas.
Pinchar con un tenedor, cubrir con papel sulfurizado, poner unos pesos de repostería o unas legumbres secas, y hornear 15 minutos. Retirar los pesos y el papel y hornear unos 10 minutos más, procurando que solo se dore ligeramente. Retirar. Bajar la temperatura a 170ºC.
Para el relleno
- 250 de mandarinas peladas
- 250 g de queso mascarpone
- 150 g de queso crema de untar
- 2 huevos
- 1 yema
- 1 sobre de azúcar vainillado + un poco de vainilla natural (yo tengo un molinillo)
- 1 cucharada de maizena
- 1/2 cucharadita de tomillo
- 1 pizca de sal
- ralladura de mandarina o naranja al gusto
Colocar todos los ingredientes en el vaso de una batidora tipo americana o minipimer, y triturar muy bien hasta tener una mezcla homogénea. Probar y añadir un poco de azúcar al gusto, si fuera necesario.
Verter en el molde, romper con una espátula las burbujas que hayan salido por arriba, y hornear hasta que haya cuajado. Comprobar el punto pinchando con un palillo en el centro, y dejar que salga ligeramente manchado, unos 40-50 minutos. Al enfriarse se solidificará más.
Servir con más ralladura de mandarina o de naranja, un poco de tomillo extra y fruta al gusto. Está más rica si se deja reposar en la nevera después de enfriarse a temperatura ambiente, pero hay que procurar no servirla muy fría.
¡Seguid cuidándoos mucho!