Recorrer una ciudad que no conozco de nada me agobia un poco cuando tengo poco tiempo, pero contábamos con los recuerdos muy vagos de mis padres que habían estado en la ciudad de paso hace muuuchos años (algo que por tanto no nos sirivó de mucho), y con las sugerencias de amigos y familiares. Al final, de todas formas, aparcamos donde pudimos, pasamos la mañana paseando por donde nos llevaba el viento (más o menos) y comimos (de maravilla) donde más o menos nos pilló cuando se despertó el hambre.
Yo no soy muy playera pero reconzoco que Santander tiene unas playas preciosas, gracias a la buena situación sobre la que se asienta la ciudad. Es agradable caminar por sus avenidas y paseos siguiendo la línea de costa, comenzando por la Bahía en dirección a la Península de la Magdalena. Al parecer, mucha gente madrugaba para coger buen sitio en la arena desde las primeras horas de la mañana, y también nos cruzamos con un montón de corredores que me dieron mucha envidia, para qué engañarnos. Correr engancha, ya me lo advirtieron.
La Península de la Magdalena sin duda es un sitio que hay que visitar si se va a Santander, especialmente si se disfruta de la naturaleza. Con casi 25 hectáreas, es como un gran parque que esconde distintos rincones, con un perfil que asciende siguiendo las playas y las rocas escarpadas de los acantilados. Con un día tan bonito como el que tuvimos, las vistas en su zona más elevada son espectaculares, y me reconciliaron con el mar. A veces se me olvida que lo que no soporto es el ambiente turístico-playero, que en realidad el mar me encanta y me fascina.
Hicimos una parada técnica en la cafetería de los edificios de la UIMP, antiguas caballerizas reales, donde los cántabros nos volvieron a demostrar que dominan el hojaldre como nadie.
En la parte más elevada de la Península se sitúa el imponente Palacio Real, que hace años fue residencia de verano del rey Alfonso XIII. Al parecer lo restauraron hace poco y hoy luce majestuoso, siendo sede de los cursos de la Universidad Internacional Menéndez-Pelayo. También se organizan eventos privados en su interior, o al menos eso dedujimos de la cantidad de personas vestidas de boda que fueron llegando; muy horteras todos, eso sí. Me quedé con ganas de ver a la novia...
Bajando desde el Palacio, siguiendo la otra orilla, se llega a una zona donde se sitúan embarcaciones, destacando las tres carabelas que el navegante cántabro Vital Alsar donó a la ciudad. Más adelante hay un pequeño zoo enclavado en la propia orografía del terreno, con pingüinos y otros animales marinos.
Continuamos nuestro paseo dirigiéndonos al centro viejo, aunque el pobre de viejo tiene poco debido al incendio que arrasó con sus calles en la década de 1940. A pesar de todo, tiene calles con encanto, paseos muy agradables y plazas bonitas con muchos puntos de interés. Eso sí, a la hora de buscar donde recargar energías nos volvimos a dirigir hacia brisas marinas para comer cerca del Paseo Pereda. Las rabas son especialidad en toda la ciudad, aunque nosotros nos decantamos más por otros pescados igualmente deliciosos.
Luego bajamos la comida con un paseo de sobremesa siguiendo la línea del mar, y no pude olvidarme de Paula cuando me encontré con uno de los locales que la famosa heladería Regma tiene en la ciudad. Helado de yogur -que no yogur helado- cremosísimo y abundante.
Otra de las localidades que no podíamos dejar de conocer era Comillas, aunque fuera sólo por El Capricho de Gaudí. Fuimos con algo de prisa ya que encadenamos la visita con otras aquel día, y llegamos por la tarde cuando la villa estaba ya a tope de turistas. Si San Vicente de la Barquera no nos dio ningún problema para dejar el coche, Comillas fue todo lo contrario. A ver, ¿dónde está el sentido de que te indiquen por carretera El Capricho para que al llegar no se permita aparcar en ningún sitio? Los pocos aparcamientos estaban a tope y dimos más vueltas que un tonto, menos mal que al final encontramos un hueco alejado del centro, camino de las playas.
Pero la localidad es muy bonita, y sin duda merece la pena dedicarle aunque sea un par de horas para recorrer uno de los primeros diseños modernistas en los que trabajó el arquitecto, y de los pocos trabajos que se pueden encontrar fuera de Cataluña. El Capricho es el nombre popular que ha adquirido esta residencia de verano de Máximo Díaz de Quijano, concuñado del Marque de Comillas, y está llena de detalles originales y de las señas de identidad de lo que sería el estilo de Gaudí en sus obras posteriores.
En el exterior sobresale la famosa torre y el diseño de las fachadas que alternan ladrillo visto con decoraciones de cerámica vidriada que reproducen las hojas y flores del girasol. Pero hay que adentrarse en su interior y recorrer todas las estancias para perderse un poco y maravillarse de la originalidad y creatividad del genio modernista.
Tras abandonar El Capricho dimos un pequeño paseo por las calles de aspecto medieval de su casco viejo, muy recomendable, aunque ya estábamos cansados de aquella jornada. Al final tuvimos suerte de haber tenido que aparcar algo alejados del centro, pues de otra manera se nos hubiera pasado la visita al sobrecogedor cementerio. Situado en lo alto y diseñado por Doménech y Montaner, se integra en las ruinas de una ermita gótica y esconde detalles fascinantes, aunque lo más llamtivo es la imponente escultura del Ángel Exterminador que vigila la entrada recortado contra el cielo.
El último día que pasamos en Cantabria abandonamos la Comunidad dirigiéndonos hacia el este siguiendo el litoral. Haríamos noche en Bilbao, pero antes nos detuvimos en la última localidad cántabra, Castro Urdiales. Nos marchamos con el mismo tiempo que nos recibió al llegar, frío, gris y húmedo, aunque eso le daba cierto encanto.
Dimos un pequeño paseo desde el puerto hacia la iglesia de Santa María de la Asunción, que vigila la localidad desde su posición estratégica enfrentándose a las inclemencias del clima marítimo. La verdad es que me sorprendió gratamente la visita a este templo, pues es una pequeña joya del gótico que en su interior con obras de lo más interesantes, aunque por desgracia se nota la falta de presupuesto para una urgente restauración.
Después, paseíto por las calles del centro, últimas compras y despedida de esta maravillosa tierra. Y qué mejor que hacerlo con un último bocado dulce de una de las pastelerías más antiguas de la localidad... ¡Qué maravilla de hojaldre!
A pesar de que en el País Vasco estuvimos sólo dos noches creo que merece la pena que le dedique una pequeña entrada, pues también quedé encantada :). Y ya os prometo que no daré más la vara con mis vacaciones de este año ;).
Por cierto... ¡hoy hace su entrada el otoño!
Uy, Liliana, no es por echar leña al fuego, pero es que correr por esas playas del Sardinero por la mañana, o al atardecer-anochecer no lo vamos a encontrar nunca en Madrid nosotras :P
ResponderEliminarQué bien que estuvierais en la Magdalena, un imprescindible ;) Igual que el helado, jajaja
Eso sí, que no me comieras unas rabas... ay ay ay :P Vas a tener que volver!
En Castro Urdiales he estado veces, pero si te digo la verdad, solo conozco restaurantes, jajajaja. Así que ya te imaginas el turismo que he hecho yo por allí. Bilbao-Santander, parada para comer-cenar. Listo. :P
Estoy deseando ver qué viste en Bilbao, mi tía vive allí, y siempre me meto con ella porque antes era muy feo, y ahora, le digo, ahora no sé muy bien porque no lo he visto mucho. Y se me pica un poco, jajajajaja
Feliz otoño, Liliana!!!!
Santander, y toda Cantabria, son maravillosos. Son además los veranos de mi infancia, y vuelvo siempre que puedo.
ResponderEliminarPreciosas fotos, como siempre.
Besos.
Pues yo soy más de ciudades. Será porque me crié ya en el campo, en un pueblito, que lo que me llama la atención es algo más grande.
ResponderEliminarEse hojaldre! Manda uno!Y esa playa tan enorme...es una preciosidad!
No sé, pero veo estas nuevas fotos y siento muy muy dentro que tengo algo del norte, vaya que si lo tengo. Oye, qué día os hizo en Santander más bueno!!!
ResponderEliminarsolo puedo decirte q esa zona de cantabria q has visto me encanta. cada una tiene su encanto
ResponderEliminarMuy buena Crónica. Que gracia me ha hecho lo de horteras jjjjjjjjjjj en el Palacio de casa mucha gente por lo civil mis padres han ido a alguna. No entrasteis? Hacen visitas . Donde probasteis las rabas?igual es que no era un sitio que las diera ricas. Las hay de calamar,de pota, de Peludin etc aunque eso no se elije, se piden las rabas y ya. Si un dia vuelves tienes que conocer liencres ,paraíso de la naturaleza:playas salvajes,Pinar impresionante etc. Un besuco :)
ResponderEliminarTengo muchas ganas de conocer el norte, y Santander sería una de las primeras en visitar, desde siempre me ha llamado mucho la atención..., a ver si esta primavera es el momento, porque me encantaría!
ResponderEliminarUna cronica de los más completa, qué envidia! :)
Un saludo e invitada quedas a mi blog.
yo tengo casa en Santoña....se te ha quedado en el camino, la próxima vez no puedes dejar de ir a ver este pueblo marinero, tan especial!..Cantabria, es mucha Cantabria!
ResponderEliminarVaya fotos!
ResponderEliminarMi padre vivió en Colindres, y me parece otro mundo, es un lugar... uf. Que recuerdos me han traído tus fotos.