El shortbread es esa absoluta maravilla repostera cumbre de la gastronomía británica, más concretamente escocesa. Y son una delicia porque tienen una grandiosa cantidad de mantequilla, poco azúcar y no demasiada harina. Su textura es crujiente pero muy ligera, escamosa (flaky), como le corresponde a las masas con su buena cantidad de grasa. Son galletas de las llamadas biscuits, término puramente británico que causa confusión a los estadounidenses, cuyas biscuits son otra cosa, aunque comparten, curiosamente, una similar textura con el shortbread, debido a las capas de mantequilla o manteca. Es como una pasta de mantequilla, pero mucho más delicada que las pastas de té o las galletas danesas, se desmigaja con facilidad y, en su engañosa ligereza, reside su peligro. Te zampas una caja sin darte cuenta
Yo me autoconvencí, o autoengañé más bien, a finales de 2024 en que había retomado un buen ritmo de publicación en el blog. El otoño y la Navidad, estar en casa con la familia y las vacaciones fomentaron esa ilusión. Pero llegó 2025 y la vuelta a la realidad de la adultez, obligaciones, trabajo y un enero eterno que duró cincuenta mil días. Febrero fue más ameno pero ajetreado, y marzo ha volado en un suspiro entre borrascas, con una agenda más ajetreada de lo normal. Y se me quedaba el blog en barbecho otra vez, esperando, sin quejarse, pobretico mío.
Hoy vuelvo con una receta que tenía pendiente desde ese enero interminable, pero que horneé más tarde, cuando encontré tiempo para dedicarle. Porque surge de la inspiración que me regaló mi Amigo Invisible, amiga más bien, del fabuloso evento que surgió del cielito azul en Navidad. Bluesky es la red social que más uso desde que X es un pozo de inmundicia manipulado por ese sociópata de inteligencia justa que todos conocemos y me niego a nombrar, donde me he reencontrado con muchos viejos contactos y he conocido a mucha más gente fabulosa que han creado una comunidad en la que da gustico estar. Sin dejar de tener sus problemas y polémicas, claro. Que al final las redes las hacemos los humanos, y ya sabemos cómo somos de idiotas.
El caso es que una persona maravillosa organizó un Amigo Invisible a finales de año, y mi AI me regaló un reto culinario proponiéndome elaborar algo que combinara dos aromas complementarios, coco y violetas, dándome además un pequeño estudio sobre el perfil aromático de ambos. Me ha dejado un montón de ideas para usar leche de coco en lata -también saladas-, pero lo primero que tenía que probar era una receta dulce, y con las ganas que tenía de galletas... me puse a jugar con varias recetas de shortbread y el resultado ha sido fabuloso. Ahora que se aproxima el calorcito -cero ganas-, probaré otra idea de postre fresco, tipo mousse, crema o helado, añadiendo maracuyá, que también marida muy bien con el coco y seguro que es un puente de unión fantástico con las violetas.
Las violetas son, obviamente, una flor del color que lleva su nombre, pero con el mismo nombre genérico se identifica a los famosos caramelos de Madrid, de cuya existencia no supe hasta que, efectivamente, exploré Madrid por primera vez siguiendo al elfo. De hecho, juraría que él ni sabía que son tipiquísimos de su ciudad natal, lo que demuestra, una vez más, que lo que parece famoso y súper conocido para unos, no existe para otros. Y que por ser de un lugar no te conviertes en eminencia y fuente inapelable sobre conocimientos del mismo.
Tenía dos opciones, ir a comprar caramelos, cosa que pensaba hacer en un primer momento, pero me terminó por dar pereza, o comprar la esencia de violeta. Triturar los caramelos para usarlos en recetas es algo que se ve mucho por redes, pero no me convencía; mejor ir directamente a la fuente del mismo aroma que se emplea en la elaboración de los caramelos duros. En cualquier tienda especializada en productos de repostería o química de uso alimentario se encuentra sin dificultad. Eso sí, comprobad bien las instrucciones del fabricante sobre la dosis recomendada. En cuanto al coco, que sea muy fresco o no sabrá a nada.
Duraron tan poco que tuve que repetir para comprobar que salían bien 😝 y de paso probé a usar lavanda, esta vez "real", las flores secas. También salieron riquísimos, más sutiles, para quien no le guste mucho el olor a flor. Y además es más fotogénica que el botecito de aroma concentrado.
Inspiración: mi Amigo Invisible del cielito azul
Ingredientes para
- 175 g de harina de todo uso de trigo
- 1/4 cucharadita de esencia/aroma de violetas (o según fabricante/gusto) o 5 g de lavanda seca
- 70 g de coco rallado
- 30 g de harina de maíz fina (no maizena, de grano fino, amarilla, no precocida)
- 70 g de azúcar
- 175 g de mantequilla de buena calidad a temperatura ambiente, y más para engrasar
- 1/4 cucharadita de sal si la mantequilla no es salada
Precalentar el horno a 160ºC sin aire, calor arriba y abajo. Forrar el fondo de un molde redondo de unos 20 cm de diámetro con papel de hornear, y engrasar bien los laterales con mantequilla y harina tamizada, sacudiendo el exceso. Reservar en la nevera.
Procesar todos los ingredientes en un robot, procesador de alimentos/picadora o a mano. Yo uso lo segundo, es facilísimo trabajar con él este tipo de masas. Debe quedar un poco como migas, pero que al estrujarlas forman una masa compacta. Si se desmigaja, añadir pequeñísimas cantidades de agua muy fría. Es blanda, pero no pegajosa.
Llevar todo al molde sin formar y aplastar con las manos y con ayuda de una espátula esquinera o un cucharón para extender la masa por toda la base, homogeneizanado la superficie. Pinchar con un tenedor y marcar líneas en todo el perímetro del borde con los dientes de este.
Hornear en el centro del horno durante 55-70 minutos, o hasta que la masa esté dorada, sin dejar que se tueste. Mejor quedarse cortos que pasarse demasiado. Esperar fuera del horno unos 10 minutos antes de retirar el anillo del molde y cortar en 12 porciones, sin separarlas. Llevar a una rejilla usando el papel del molde y esperar a que enfríe por completo.
Aguantan muy bien en una caja metálica hermética durante muchos días, en un lugar fresco y seco. Nada mejor para el té, café o infusión de sobremesa o media tarde.