¡Mis primeros roscos de vino, chispas!
No sé por qué nunca me había animado a hacerlos. Este año tenía ganas de hornear algún dulce típico español navideño que no hubiera hecho antes, y me di cuenta de que hacía años que no probaba un rosco de vino, pues no recuerdo haberlos comprado a propósito jamás. Como solemos recibir en casa de mis padres un surtido de la maravillosa La Despensa de Palacio, casi no compramos nada más aparte de turrón de Alicante, mazapán de Moratalla, panettone, pan de higo y algunos bombones. Lo demás sale todo de mis manos 😁.
Pero los roscos de vino que lleva la mencionada caja son de otro tipo a los que yo recuerdo de pequeña; en la casa sevillana los preparan con vino de pasas y van bañados en chocolate blanco. Para mí un rosco de vino tiene esa masa casi hojaldrada y crujiente, con su anís y toque de sésamo, bien rebozados en azúcar glasé para ponerte perdida al devorar uno. Y se hacen con mistela.
Así que me acordé hace unas semanas de que tenía una botella fabulosa de Mistela Moscatel Turís esperando desde el verano pasado a que le diera uso. A mis suegros les regalan mucho alcohol de tipos diversos y los pobres apenas beben nada, así que cuando pueden me endilgan botellas de cualquier cosa 😅. Yo solo bebo cerveza y ocasionalmente vino moderadamente los fines de semana, el elfo nada de nada más allá de mixtas, así que básicamente uso lo que me dan para la cocina. Y la mistela pide Navidad.
Indagando un poco por las redes he visto infinitas versiones de los roscos de vino. Me encanta. Es el típico dulce tradicional de pocos y humildes ingredientes (no tan humildes hace décadas) sin un origen específico pero del que cada pueblo, y casi cada casa, tiene su versión. Ni mejor ni peor, muy similares, pero distintas. Y dan ganas de probarlas todas.
Con manteca, con aceite, con mezcla de aceite y manteca, con harina de trigo duro, con harina normal, con mezcla de almendra o con avellana, con más azúcar en la masa o casi nada, con naranja o limón, con canela... Al final fui picoteando de diferentes versiones dando forma a mi propia receta, y he decidido probar a hacerlos solo con manteca primero, para, si tengo tiempo, intentar otra variante vegetariana de aceite.
Eso tendrá que ser ya en Murcia, pues el lunes, si los astros no se rebelan, saldré rumbo a mi tierra, por fin, pues me come la morriña ya a estas alturas. Veremos cómo se presentan estas fiestas, espero que tranquilas. Este finde tengo tres masas de galletas aún por hornear en Madrid, con la celebración del cumple del elfo esta noche y varias tareas pendientes. ¿Estrés? Un poquico. Pero sarna con gusto no pica. Creo.
Inspiración: las ganas de probar nuevas recetas de Navidad de toda la vida
Ingredientes para unos 20 roscos
- 300 g de harina de fuerza
- 150 g de harina de todo uso
- 150 g de manteca de cerdo ibérico a temperatura ambiente
- 80 g de azúcar glasé para la masa
- ralladura de 1 limón pequeño lavado
- 180 ml de vino dulce mistela o similar
- 1/2 cucharada de ajonjolí (sésamo tostado)
- 1/2 cucharada de matalahúva (anís en grano)
- azúcar glasé extra abundante para rebozar
Precalentar el horno a 150ºC, mezclar las harinas y extender en una bandeja amplia. Tostar en el horno hasta que empiece a coger color sin quemarse, removiendo de vez en cuando y vigilando muy bien. Dejar enfriar por completo y subir la temperatura del horno a 160ºC con aire.
Batir con batidora de varillas o varillas manuales la manteca para que se ponga cremosa, ligeramente. Añadir el azúcar glasé de la masa, tamizándolo previamente si estuviera lleno de grumos, y la ralladura fina del limón, sin parte blanca. Batir un poco hasta cremar homogéneamente.
Añadir el vino, batir un poco más y echar los dos tipos de semillas y la mezcla de harina tostada en dos o tres tandas, mezclando bien. Terminar de incorporar amasando a mano sobre una mesa limpia o encimera hasta formar una masa compacta no pegajosa. Tapar con film y dejar reposar 30 minutos.
Extender la masa con rodillo, con un grosor de 1 cm aproximadamente, y sacar los roscos con un molde de galletas de anillo o con un aro y otro más pequeño, añadiendo un poco de harina si estuviera muy pegajoso. Repartir los roscos en una o dos bandejas de horno con papel sulfurizado sin necesidad de separarlos mucho.
Hornear durante unos 20 minutos, hasta que se doren ligeramente y estén firmes al tacto. Mientras se hornean, preparar un recipiente mediano con abundante azúcar glasé y una rejilla al lado. Con los roscos recién horneados y calientes, ir cogiendo cada uno y rebozar bien en el azúcar, presionando ligeramente para crear una primera capa. Dejar enfriar sobre la rejilla.
Cuando estén totalmente fríos se pueden espolvorear con más azúcar glasé tamizado, dándoles así otro acabado con el azúcar seco. Y para que manchen bien de ese dulce polvillo blanco a todo el que ose coger uno, como manda la tradición.
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